En aquellos tiempos de mis vacaciones, yo solo iba a su almacén sin nombre a comprar unas deliciosas melcochas, de quién sabe de qué producto, que sacaba de un frasco enorme que tenía en el gran mesón cerca de una vitrina con vidrios tan empañados que nunca pude descubrir qué guardaba allí.
No importaba qué hora fuera, siempre había allí algunas personas, la mayoría hombres sin edad, taciturnos, de vestimentas oscuras o sucias, con sombreros que tapaban un poco sus rostros, como que no quisieran que se les viera. La Sra. Mercedes con sus ojos chinos y fríos, su pelo canoso y sucio, que le salía del sombrero, le hacía parecer que tenía una peluca de payaso, me miraba con sus ojos chinos y fríos como si mi presencia le molestara, como que algo importante hacían y yo entraba sin aviso haciéndoles perder alguna transacción o alguna conversación importante. Algunas veces, la encontré sola, en esas horas latigudas de la siesta, limpiando con una escoba muy curiosa el polvo del suelo, que era de madera-barro o algo parecido, ella echaba agua con la mano del mismo modo que la abuela le daba comida a las gallinas y luego barría, asi no levantaba polvo y antes de atenderme barría el polvo hacia la calle. Lo que más me llamaba la atención era una enorme piedra plana que hacía las veces de peldaño, ésta tenía un parecido muy grande con las melcochas que vendía.
no recuerdo su cara, sólo los pirulos rosa y blanco que vendía envueltos en papel encerado (para que no se pegaran, pero se pegaban igual)pero sí recuerdo, que los paisanos tomaban vino. Doña Mercedes vendía vino y seguro que bajo manga, aunque lo supiera todo el barrio y hasta los de la comisaría más cercana, eran otros tiempos... buena remembranza, Raque.
ResponderEliminarUn buen latido de recuerdos, Raquel.
ResponderEliminar¿ Con vestidos de realismo mágico ?
Qué retrato tan interesante de una mujer que, seguramente, tuvo una vida y una personalidad dignas de mayores profundidades, y que la mirada precoz e inquisitiva de una niña inteligente (y amante de las melcochas) supo envolver en misterio y fascinación... Lindo relato, tía, como una fotografía en sepia de un personaje tan curioso como interesante... :-)
ResponderEliminarla estaba confundiendo con María la japo. En realidad era la sra. Mercedes, la que vendia guatones calila y que siempre llevaba unos papeles de cigarrillos fumados en las sienes, para sus eternas migrañas. O rodajas finas de patatas. Fue ahi, donde a la puerta de su tienda que olía a caramelos desconocidos de melaza y nubes donde vimos oculto a plena luz del sol un murciélago chiquitito hecho un ovillo, que le dimos con la punta del pie y de puro miedo al salir volando, Diego se sube de un salto a mi espalda y nos fuimos todos al galope para la casa. ¿Vendría de ahi el murciélago perdido?
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